Los adultos mayores en Yucatán no se detuvieron en la pandemia

Más que sobrevivir, son productivos e independientes
Foto: Rodrigo Díaz Guzmán

En la Península de Yucatán hay 522 mil 703 adultos mayores, de acuerdo con el INEGI 2020. Medio millón de personas sobreviven a un virus cuyo primer blanco poblacional son, precisamente, ellos. De acuerdo con la Organización Panamericana de la Salud, la mayoría de las muertes por Covid-19 ocurren en personas de 70 años o más, seguidas de personas entre 60 y 69 años. Esto no es absoluto, pues hay casos en los que adultos mayores sobreviven e incluso son asintomáticos tras contagiarse. 

El 41.4 por ciento de los 15.4 millones de adultos mayores en México viven solos o son económicamente independientes. Carité Ruz Correa, gerontóloga y estudiante de la maestría en Cultura Física del Adulto Mayor, opina en entrevista que algunas medidas y discursos en la pandemia han sido discriminatorios y de violencia económica para este sector.

Ante la crisis sanitaria, lo primero que hicieron las dependencias destinadas a proteger a los adultos mayores fue parar. El Instituto Nacional de las Personas Adultas Mayores (Inapam) de Yucatán lleva un año y cuatro meses cerrado. Desde la actual administración, pasó a formar parte de la Secretaría de Bienestar. Uno de los únicos seis trabajadores del módulo de Mérida dijo que todo este tiempo no han tenido contacto con adultos mayores. No expiden credenciales y -aunque reciben numerosas cartas, mails y llamadas- la orden federal es no hacer nada “para que el adulto mayor permanezca en casa”.

Ni clubes, ni trámites, ni talleres virtuales. Los únicos módulos que funcionan son los municipales, los más cercanos a la capital del estado son los de Progreso y Umán. Al preguntarle si cuentan con algún departamento de comunicación, respondió: “no hay eso. Somos seis personas y todos hacemos de todo”. Apenas hace dos semanas les llamaron para ir a la oficina, pero la reapertura completa será hasta el semáforo verde.

Sin embargo, hay adultos mayores que no se detuvieron en ningún color del semáforo.

Los adultos mayores productivos

Yolanda B. pasó su cumpleaños 68 trabajando en el estacionamiento de un supermercado. Es viene viene desde octubre del 2020 y antes de eso, empacadora. De un día para otro le dijeron que no podía volver a trabajar y sus deudas, su renta y la enfermedad de su hija le impidieron quedarse en casa. Estuvo algunos días en aislamiento, pero pronto comenzó a vender lámparas por cambaceo. Como era el principio de la pandemia, las personas ni siquiera le abrían la puerta por el miedo a contagiarse. Fue a varios supers, pero en algunos no había cupo y en otros no aceptaban mujeres viene viene. Hasta que inauguraron uno sobre la avenida 60 Norte y comenzó a trabajar ahí.

“Jamás me imaginé que iba a ser empacadora. Viene viene, menos”, dice.  

Ella es de Tamaulipas y llegó a Mérida porque a su hija le hicieron trasplantes de riñón. En su casa, Yolanda es el sostén económico y su hija de 33 años, la persona de mayor riesgo de adquirir el virus -el Covid-19 o cualquier otro-. Es fuerte, activa y habla con seguridad cuando expone su caso como uno de tantos otros a los que la pandemia les quitó el trabajo y la tranquilidad. 

“Mira como tengo la pierna”, dice mientras alza un poco el pantalón y muestra su piel con manchas rojas, heridas “de estar doce horas de acá para allá”. Hace poco también tuvo un esguince y aunque el ortopedista le recetó reposo, sus jornadas de trabajo van de 7 a 19 horas, tiempo en el que tiene que lidiar con el calor de Yucatán y los clientes.

“Algunos son muy generosos, pero la mayoría no te dan nada. No sé qué pensarán. Ayer, una señora me dijo despóticamente ‘quítate, me molestas’, cuando intenté ayudarla con la compra. Ya van tres veces que me hacen llorar, nos hacen sentir como que apestamos. Y a lo mejor a la que infectan es a mí. Nos exponemos a eso nosotros”.

Gana 130 pesos al día afuera del supermercado; dentro, lograba sacar el doble en menos tiempo. “yo digo, ¿cuántas personas han agarrado la mercancía? Desde la fábrica, el embalaje, la descarga, el que acomoda, los clientes van y tocan, la cajera lo toca, ¿qué más da un par de manos más? Con toda la protección, porque nosotros también queremos cuidarnos. Tenemos familia, ¿cómo no nos vamos a cuidar?”, opina. 

Como muchos de sus compañeros, buscó trabajo, pero no se lo dieron por la edad. Jaime, también ex empacador y actual viene viene, pide disculpas “porque se le atora el sentimiento” mientras cuenta que en ningún sitio les dan empleo. Que tiene que llegar con su familia y responder a la pregunta “¿cómo te fue?” con un silencio. Hace unos meses, cerca de su casa, vio un letrero en el que se solicitaba chofer. Tiene experiencia como conductor, así que solicitó el empleo y le dijeron insistentemente que ya no estaba la vacante.

“Qué mal me sentí cuando volví a pasar dos semanas después y ahí seguía el letrero. Me deprimió mucho. Ellos no entienden el sentimiento que llevamos”, dice.

Carité Correa apunta que si en la población joven aumentaron los casos de ansiedad, para los adultos mayores fue peor: “todo en las noticias es catastrófico, hay una estigmatización de la vejez y, por otro lado, no se dimensionó cómo les iba a afectar porque nunca se ha pensado en políticas específicas para adultos mayores”, explica la especialista. 

En el estacionamiento también trabaja Miguel Ángel Romero, técnico de sonido en un grupo de música llamado Lluvia con sol que tuvo que cancelar todos sus conciertos por la pandemia. Extraña los fines de semana con música y baile, el ambiente de las vaquerías. Y María Rosa Estrella, que trabajaba como cerillito en otro supermercado a varios kilómetros del que está ahora vendiendo palanquetas y dulces. Al principio, la cadena le apoyaba con un pago semanal que se fue diluyendo hasta quedar en 60 pesos a la quincena. Todos piden volver a su lugar como empacadores, a sólo unos metros de donde están ahora. 

Después de la entrevista, Yolanda B. tuvo que dejar de trabajar algunos días debido a su lesión en el pie. Sin embargo, no puede terminar las terapias ni estar en reposo. 

“Le dicen a los adultos mayores: quédate en casa. ¿Cómo que quédate en casa? Ahí nos enfermamos de estrés, preocupación, angustia. Nada más estás pensando en el día de mañana. Algunos compañeros tienen una pensión pero no les alcanza, es poca. Todos rebasamos los 60 años, ¿en dónde nos van a aceptar?”, pregunta Yolanda B.

Los adultos mayores activistas 

“Es un reto, querida, terrible”, dice Bertha Herrera al teléfono. No está hablando de la pandemia, sino de su curso de Lengua de Señas. Este tiempo de encierro, la fundadora de la asociación civil Adultos en Plenitud y activista de 72 años ha tomado un diplomado de derechos humanos, otro de sexualidad, terapia grupal, repartido despensas en albergues para adultos mayores, aplicado a concursos de escritura, clases de baile, gimnasia cerebral y el día de la entrevista, había tomado un curso de primeros auxilios.

Cuando llegó la pandemia, ella estaba en casa porque se lastimó la muñeca. Casi al principio, le dio Covid-19 pero fue asintomática. En las noticias y en la calle crecía el pánico y la incertidumbre, pero en su círculo de amigos, Bertha Herrera tiene sicólogos quienes le ayudaron a cuidar su salud mental y emocional. Cuando su prueba salió positiva, dijo: “yo no puedo estar pensando en las situaciones de otras personas en este momento, porque tengo que cuidar mi estado emocional. Es muy importante cruzar la línea del pánico”, cuenta. 

Bertha Herrera empezó como activista por el derecho a la información de los adultos mayores en el 2015. No olvida nunca a una mujer que no sabía dónde estaban las oficinas del Inapam y había cruzado media ciudad buscando la dirección. Ahora, confiesa que no sabe qué está haciendo la Secretaría de Bienestar para el sector de adultos mayores, pues desde el aislamiento desconoce las actividades de la institución.  “No hay seriedad de qué es lo que está pasando”, dice. 

Tuvo que adaptarse a la tecnología con más rigor que antes: pedir la compra por internet, hacer transferencias bancarias a través de apps, aprender a usar Zoom y continuar las actividades de la asociación por el medio virtual: “a los 72 años, una máquina no es una cosa que uno sepa manejar. Pero te voy a decir, esta tecnología en ese momento era importante la conexión para saber que todos están bien. El grupo de Taichi, la familia, era algo increíble, no hay que negarlo”. 

La gerontóloga Ruz Correa comenta que el encierro afectará en la salud física de los adultos mayores y su movilidad; Bertha Herrera cuenta que ya ha experimentado las consecuencias. Después de estar encerrada tanto tiempo, entró en pánico cuando tuvo que subir una escalera eléctrica. “Estaba aterrada. Sí hay una sicosis cuando sales y estás desorientada. Siento los ojos cansados. Yo camino por la tarde dos kilómetros diarios y me hace muchísimo bien, eso para mí es relajante, descargar la presión de estar encerrada”, platica.

Casi toda la conversación es sobre las cosas que descubrió en los últimos meses. Salta de un tema a otro con una curiosidad infatigable: urbanización, personas con discapacidad, vacuna, adultocentrismo, Palestina. Ahora está tomando un diplomado en sexualidad: “me encantó. Cómo estamos tan tapados, amiga, qué lástima. La tolerancia, la empatía, la aceptación ¿tú sabes? Todo eso se despertó con esta pandemia”. 

Lo que más disfruta Bertha Herrera es educarse y cuidarse. Extraña la convivencia, salir con las amigas y hasta visitar tiendas (ferreterías, almacenes, negocios familiares) que existían desde hace mucho tiempo y ahora ya no están. Cuando fue a entregar despensas a los albergues de adultos mayores, se asustó de no encontrar a muchos pues murieron por el virus o su familia se los llevó: “vieras cómo algunos se han muerto de la tristeza. Antes ir a un siquiatra o un sicólogo era estar loco, ahora va a ser la luz del día”, dice. 

La activista opina que el futuro de los adultos mayores está en la educación y la colaboración, sobre todo entre asociaciones: “el futuro está en participar, tocar puertas, encontrar dónde está la gente que necesita y que necesitamos. La competencia es un producto y no una solución”.

Es entusiasta hasta en los contratiempos: planea ir a la delegación de Bienestar a preguntar qué están haciendo, pero no tiene mucho tiempo “porque también, no me lo vas a creer, pero estoy en el Gobierno Abierto del INAIP”. 

La pandemia no fue un regalo, aclara, pero le permitió entender muchas cosas en relación con colaborar con otras personas y atender la salud mental y emocional. 

“A veces me levanto y me cuestiono ¿por qué hago esto? Y a los cinco minutos digo, porque esto me motiva. Porque esto es lo que quiero”.

Los adultos mayores en la pandemia también son personas independientes y productivas, que se asocian y luchan por sus derechos y su independencia económica.  Carité Ruz dice que este momento de campañas es propicio para repensar cómo se atiende al sector, pues “tampoco hay especialistas en gerontología en puestos de toma de decisión”. 

Opina que la sociedad no sabe utilizar la sabiduría de las personas adultas mayores y la creación de empleos que les permita continuar siendo útiles y productivos es fundamental para su salud y su economía. 

“Si hubiéramos tenido ese aparato, el escenario de los adultos mayores en la pandemia hubiese sido completamente diferente”, finaliza. 

 

Edición: Estefanía Cardeña


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