Sotuta, un ejemplo de cooperación para la soberanía alimentaria

'Los hippies' llegaron a la selva maya en una apuesta por vivir de forma sustentable
Foto: Katia Rejón

Especial: Autonomía alimentaria 

En 2016, un grupo de jóvenes de la Ciudad de México se mudó a Sotuta, un municipio del centro-sur del estado de Yucatán, para transformar un espacio a seis kilómetros dentro de la selva maya en una apuesta por vivir de forma sustentable. Cinco años después, Zutut’Ha, como lo llamaron, no sólo ha tenido un impacto en sus vidas sino también en la población del municipio. 

Los integrantes del grupo han ido cambiando a lo largo de los años. Ahora, parte de ellos está aún en el terreno Zutut’Ha y otras más, como Daniela Mussali y María José Rivera Coco viven dentro del municipio y tienen proyectos más cercanos con los locales. Ambas son gestoras de la organización Cultiva: Alternativas de regeneración que ahora busca reactivar la economía local de Sotuta tras la pandemia, a través de una cooperativa de mujeres del municipio que conservan la sabiduría y práctica del patio solar. Además, están por arrancar un Centro de Transformación Alimentaria, una empresa socioambiental donde las mujeres puedan vender la cosecha de sus traspatios. 

“Estamos seguras de que la recuperación de los solares hoy abandonados es una solución viable para combatir el hambre produciendo para el autoconsumo. Y para reactivar la economía local con la venta e intercambio con otras familias”, explican en el video para la campaña de recaudación de fondos

Los pepinos antillanos eran tantos que, a pesar de cocinarlos dos días seguidos, una parte de ellos se echó a perder. Cualquier otra persona los hubiera puesto en una bolsa de plástico para encerrar el olor y tirarlos a la basura, pero Daniela enjuagó los que aún podían comerse, filtró el agua que habían sacado los podridos y se llevó las semillas al terreno para sembrarlos.

 

 

Mientras pelaba los pepinos para sacarles las partes negras, Daniela respondía la entrevista: “Recuerdo que desde que vivía en la ciudad, sentía la necesidad de estar cerca de los árboles y las plantas. Y esa búsqueda se combina con la comprensión de lo que implica vivir en una sociedad de consumo, atrapada en la búsqueda de hacer dinero.

Cuando no estoy cerca de la naturaleza, siento que no estoy bien”. 

En Sotuta les dicen Los Hippies y ellos saben que ahora, cinco años después de su llegada, es de cariño. En el terreno trabajan campesinos de Sotuta y han pasado a formar parte de las familias: Daniela y Arnauld García, biólogo y responsable de la agroforestería en Zutut’Ha, son incluso padrinos de una niña. Hacen hincapié en que no llegaron con un discurso ni un proyecto, simplemente se mudaron y comenzaron a tejer relaciones de forma natural con los vecinos.

 

Cooperativa de mujeres sembradoras

El pasado 19 de junio, Daniela y Coco propusieron a Cristina Novelo Caamal, Melanie Peña Cauich, Graciela Canté Peraza Chela, Argimira Jiménez Canché Arge y a sus hijas, conformar la primera cooperativa de mujeres en Sotuta. Desde que comenzó la pandemia, han reactivado y fortalecido el trabajo en los solares de sus traspatios que estaban abandonados, o les faltaba alguna herramienta para producir.

Cristi explicó en entrevista que debido a la pandemia por Covid-19, tanto ella como su esposo se quedaron sin trabajo. Él hace fletes a municipios cercanos y ella es trabajadora doméstica. Cuando se quedaron sin comida para una familia amplia, llamaron a Daniela para que les ayudara a solicitar dos recursos del gobierno porque ellos no tenían Internet, sin embargo, no obtuvieron ninguno. Ella les propuso sembrar.

 

 

“Hace tiempo estábamos haciendo una piscina y el hueco servía para tirar la basura. Empezamos a sacar basura, desechables, todo lo que tirábamos ahí; acarreamos piedras para rellenar otra vez y empecé sembrando mis plátanos. Dani nos hizo el pequeño domo que tenemos atrás e hicimos las camas de sembrado”, explicó.

En el mismo terreno donde su abuelo sembraba, la familia de Cristi ha podido cosechar albahaca, chiles habaneros, plátanos, pepino, arúgula y en esta temporada esperan jamaica, cilantro, rábano, acelga, espinaca, lechuga, estafiate, girasoles y flores capuchinas.

Para Coco, la cooperativa y el centro de transformación son una oportunidad para que las mujeres encuentren una plataforma de toma de decisiones. Además de repercutir en los beneficios económicos de las familias, también puede ser un espacio para generar equipos, cooperación mutua, solidaridad y empatía. “Sin duda somos más fuertes si estamos unidas y es el impacto que me gustaría ver”, dijo.

Doña Chela no quería sembrar porque el agua no les llegaba y cada intento de siembra terminaba en matas secas o ahogadas por la lluvia. Sus hijas la convencieron diciéndole que le iban a ayudar y junto con Daniela hicieron un pozo que les permite regar la siembra. Tienen maíz, chile habanero, rábano, plátano, lechuga, cilantro, cebolla y pepino. Su hija, Flor Valencia Canté, aprendió recientemente a cultivar aunque siempre había visto a su mamá y a su hermana mayor, Graciela, sembrar flores.

 

 

Sobre la cooperativa, dijo que es necesario porque se ahorra dinero en comida y está emocionada de formar parte con otras mujeres jóvenes, hijas de las maestras sembradoras: “Me di cuenta de que, aunque las tres estamos estudiando una licenciatura, esos conocimientos no nos iban a ayudar en la pandemia; en cambio, estos sí”, opinó.

La parcela de Argimira es enorme. Además del domo, tiene plantas medicinales, árboles de fruta, milpa y ganado. Hace poco cosechó 200 kilos de tomate y vendió el excedente, justo para este tipo de producción es para lo que necesitan el Centro de Transformación Alimentaria.

En Sotuta, ya casi nadie siembra pero Argimira no dejó de hacerlo cuando falleció su papá. La sombra que dan los árboles dentro de su casa contrasta con el sol que dispara apenas se pone un pie en la escarpa. “Cuando empezó la pandemia no lo vimos tan fuerte. Teníamos cebolla, cilantro, tomate, lechuga. Mi hija me lo dijo: Mamá, en Mérida no hay trabajo”, contó.

Su hija estudia arquitectura pero también siembra y forma parte de la cooperativa. Es estudiosa y aunque antes de la pandemia la iba a visitar a Mérida, Arge prefiere la tranquilidad y la soledad de estar cuidando a sus animales, sembrando y cocinando. El trabajo que hace aquí también le permite a su hija continuar con sus estudios, hace poco tuvo que vender parte de sus borregos para terminar de pagar su escuela.

 

 

“Si queremos tener un futuro como humanidad, las mujeres —y en particular las mujeres indígenas— tienen que estar al centro de las decisiones. ¿Y quiénes mejor que las hijas o hijos para eso? Que si se van de Sotuta sea porque quieren y no porque no encuentran una oportunidad de desarrollarse y crecer aquí”, había dicho Coco en entrevista, un par de horas antes.

Es un ciclo: la comunidad expulsa a la juventud y eso deteriora la economía y contribuye al rezago de los pueblos. Por eso, afirmó, le ilusiona ver a jóvenes participando en los solares, escuchando sus perspectivas y el valor tan arraigado que tienen de su familia.

“Los cambios significativos empiezan desde lo local, lo chiquito, lo que parece invisible y una recuperación de los saberes de sus abuelas y tatarabuelas”, dijo.

 

La agroforestería: el consumo no tiene que ser depredador 

El 20 de junio, después de dar el sí a la cooperativa, Cristi, Arge, Chela y sus familias —un grupo grande de niñas, niños y jóvenes— atravesaron el camino pedregoso y lleno de mariposas amarillas para llegar a Zutut’Há y tomar el primer taller de agroforestería con Arnauld. Un sistema agroforestal, en pocas palabras, son principios de producción en bosques donde se cultiva una diversidad de especies sin lastimar la tierra ni interrumpir los ciclos de vida natural.

“En la península se acostumbra a sembrar de manera agroforestal, sólo que no se usa ese término. Los solares, la milpa, los traspatios son sistemas agroforestales porque siembra alimentos usando árboles y procesos de sucesión: una vez que se siembra el maíz, se deja reposar y se regenera la selva”, explicó Arnauld.

Sin embargo, en la parcela de Zutut’ha incorporan nuevos conocimientos fusionando los tradicionales para adaptarlos al cambio climático, así como un mejor uso del espacio. Las técnicas que utilizan, como la sintropía, nacieron en Brasil hace apenas 10 años y son muy recientes en México.

Las mujeres de la cooperativa recorrieron la parcela de Arnauld que apenas lleva 10 meses de haberse sembrado y ya tiene una variada y amplia cosecha. En un espacio de apenas unos cuantos metros han sembrado alrededor de 50 especies como maracuyá, piña, jamaica, chile habanero, orégano, maíz, elotes, ceiba, cedro, plátano, pimientos, sandía, zanahoria, papaya, coco, acelga, lechuga, ramón, berenjena, amaranto y otros vegetales.

Aunque la producción ha sido rápida, entender, descifrar cómo funciona el ecosistema en este terreno en específico les ha costado varios años de observación. “Si entendemos esos principios de la agroforestería y los aplicamos, esto funciona en cualquier lugar”, dijo Arnauld.

 

 

Por ejemplo, eligieron esa zona de la selva porque era uno de los espacios con árboles más altos y llevaba muchos años acumulando energía, algo indispensable para sembrar árboles y plantas de nutrición demandante.

“Si escogemos lugares de árboles bajos la energía que tiene ese lugar es muy poca. Tienes que usar procesos artificiales para sembrar ahí y vas a tener que traer nutrientes después porque ese lugar no los tiene. Otra razón es que en Yucatán hay pocos lugares de tierra sin tanta piedra. Es muy importante leer el terreno y escoger esos sitios donde cueste menos trabajo sembrar los árboles”, agregó. 

Durante el taller, las sembradoras compartieron sus conocimientos y cómo estas técnicas podrían servirles para evitar el uso de agroquímicos que dañan la tierra y, de igual manera, no tener que quemar para la milpa. Con el enfoque de sintropía la regeneración de los ecosistemas no es incompatible con la productividad.

“Lo importante es que los seres humanos se vean como integrantes de ese sistema. Tendemos a pensar que somos destructivos y por eso hacemos reservas ecológicas, para no destruir. Entonces este es un cambio de paradigma porque estamos entendiendo nuestra participación dentro del sistema”, explicó.

La sintropía enfatiza la generación de ecosistemas diversos, saludables en el suelo y que acumulen energía y materia orgánica para que sean capaces de existir aunque desaparezcan los seres humanos.

 

El monocultivo mental es una limitante

A la pregunta, ¿por qué si hay alternativas más saludables y eficientes, seguimos produciendo de manera destructiva? Arnauld respondió que se debe a tres cosas; la primera, un monocultivo mental:

“Tenemos la idea de que las cosas tienen que hacerse de una manera y que, si se hace de otra, no va a funcionar. Y muchas veces es porque carecemos del conocimiento y contexto para que sí funcione. Ésta es una limitante cultural y toma tiempo en cambiarse”, respondió.

 

 

También hay otras razones prácticas: muchos suelos se han degradado por el uso de agroquímicos y necesitan regenerarse para ser productivos otra vez. Pero con la sintropía son los mismos organismos quienes hacen que la regeneración se acelere. El cambio climático es otra amenaza: “Cada vez va a haber tormentas más fuertes, las temperaturas van a ser más extremas, pero si algo puede adaptarse es la agroforestería”. 

La tercera razón es que estos procesos requieren de gente y “hoy en día uno de los peligros más grandes para el campo —e incluso para la milpa— es que los jóvenes ya no quieren dedicarse a esto”.

 

Habiendo tanta riqueza, tenemos desnutrición y malnutrición

En Yucatán existen especies subutilizadas para la alimentación porque se ven como alimentos de “pobres” o escasez: sagú, ramón, pich, macales, guanacaste y otros tubérculos y semillas han formado parte de la alimentación históricamente pero ya nadie los come.

“Y cuando ves el contenido nutricional de estos alimentos te das cuenta de que muchas veces es muy rico. El ramón podría sustituir al maíz. Un solo árbol de ramón puede darte una tonelada; en cambio, una hectárea de milpa difícilmente da una tonelada de maíz” apuntó Arnauld.

La dificultad radica en que el ramón tarda en crecer y quienes practican la soberanía alimentaria muchas veces no pueden esperar a que crezca un árbol para comer. “Pero con la agroforestería y sintropía puedes hacer las dos cosas al mismo tiempo: en lo que crece el ramón, cultivas la milpa”, acotó Daniela.

Shanty Acosta es bióloga y una de las participantes de la cooperativa. Tiene experiencia en la gestión de redes entre este tipo de organizaciones y ahora se encarga de buscar posibles donativos o plataformas para gestionar recursos para el Centro de Transformación de la cooperativa. 

En entrevista, comentó que hacer comunidad es la base de la humanidad y de otras especies de seres vivos. 

 

 

Y las organizaciones exclusivas de mujeres suelen ser más sólidas porque organizar y sostener la red familiar ha sido un rol histórico. ¿Quién mejor que ellas para contribuir a la soberanía alimentaria?

“Lo que vimos con la pandemia, o lo que vemos después de un huracán o cualquier otro fenómeno natural es que lo primero siempre es el alimento. Si tenemos el conocimiento de cómo producirlo, resguardarlo e intercambiarlo, nos podemos salvar”, dijo.

Ahora mismo tienen una campaña de recaudación para terminar de equipar el Centro de Transformación. El dinero se utilizará para solventar los gastos administrativos de los primeros meses (instalación de gas, utensilios de cocina, insumos de producción, capacitación), producir y vender. El centro tendrá, además, una sección de panadería agroforestal.

“Hemos trabajado en el reconocimiento de la flora nativa y las alternativas de alimentos como la harina blanca (que no tiene nada de nutrientes), cuando los árboles de la selva tienen semillas nutritivas. No tenemos el desarrollo técnico para procesarlas y en el centro tendríamos una panadería local agroforestal” explicó Daniela Mussali.

Todas las personas entrevistadas coinciden en que la soberanía alimentaria es fundamental para los tiempos que vivimos hoy. Desde el aspecto económico, pues la tierra provee de lo necesario para acabar con el hambre; de la salud, ya que no se utilizan químicos; e incluso social, pues a diferencia de los alimentos que compramos, apuestan por una producción sin cadena de explotación ni de la tierra ni de los seres humanos. Pero además, insisten: Las personas nos necesitamos unas a otras. 

 

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-Sotuta, u chíikulal múul meyaj ti’al u yantal múul meyaj tu’ux ka béeyak u jóok’ol u yo’och kaaj

 

Edición: Ana Ordaz 


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